viernes, 29 de abril de 2016

CAPITULO 4

Nicola entró en su casa, silbando, con la chaqueta colgada al hombro.
·         ¿Ariana?
Mientras subía por la escalera, recogió una rana de peluche con un anca vendada, una pelota de tenis y varios rotuladores. Como todos los días. Su hija apareció entonces al final de la escalera, en chándal.
·         Estoy en mi habitación, haciendo los deberes.
·         ¿Un viernes por la noche?
Preguntó Nicola, sorprendido
·         ¿Estás enferma, hija?
Ariana arrugó la nariz.
·         Muy gracioso, papá. Tengo que hacer un trabajo de literatura para el martes. Además, es viernes pero no tengo nada mejor que hacer.
·         ¿Y qué querrías estar haciendo? -sonrió su padre.
·         Ir al cine con un chico, por ejemplo
Suspiró Ariana
·         Esto es horrible. ¡Mi padre consigue una cita y yo no!
Nicola entró en la habitación de Angélica intentando no hacer ruido. Le parecía que seguía oliendo a polvos de talco, aunque hacía años que no los usaba. Después de dejar los juguetes sobre la cómoda, se inclinó para darle un beso a su hija pequeña.
·         Ya te dije que no era una cita. Angie y yo solo hemos ido a cenar.
Ariana hizo una mueca.
·         Vale. ¿Y qué tal...esa cena que no ha sido una cita?
·         Pues...
Empezó a decir Nicola, cortado
·         Bien. El lenguado estaba riquísimo.
·         No hablo de la comida, papá. Eres un hortera, ¿sabes?
Nicola se rio mientras la acompañaba a su cuarto.
·         Ya sabes que siempre lo he sido.
·         Cuéntame los detalles interesantes. Te juro que cuando tenga mi primera cita, te lo contaré todo.
·         ¿Y ese interés por salir con alguien? Pensé que habíamos llegado a un acuerdo. Nada de chicos hasta que cumplas los dieciséis.
·         Yo no he llegado a ningún acuerdo, papá. Además...
Dijo Ariana entonces, sentándose frente al ordenador
·         Nunca voy a tener una cita. Nadie querrá salir conmigo. Ni a los dieciséis ni a los treinta.
·         Eso no es verdad, Ariana. Eres divertida, inteligente y...haces una tortilla para chuparse los dedos.
Su hija lo miró por encima del hombro con cara de enfado.
·         Papá, los chicos no quieren salir con las chicas para que les hagan el desayuno.
·         Eso espero.
Ariana levantó los ojos al cielo.
·         Ya sabes a qué me refiero. ¿Vas a contarme qué tal tu cita con la tía Angie o no? ¿Vas a decirme si le has dado un beso?
Nicola se dio la vuelta. De repente, le apretaba la corbata. La idea de besar a Angie... lo ponía muy nervioso.
·         No te quedes levantada hasta muy tarde.
·         Vale.
·         Buenas noches, Ariana.
·         Buenas noches, papá.
Después de cerrar la puerta, Nicola se apoyó en ella un momento. ¿Besar a Angie? ¿Su hija había perdido la cabeza? ¿Por qué iba a besar a Angie? Solo habían salido a cenar. Y solo para satisfacer una absurda promesa. Por supuesto que no había besado a Angie. Habría sido completamente inapropiado. Entonces, ¿por qué deseaba hacerlo?...Al día siguiente, Angie iba hacia la casa de Nicola sintiéndose como una quinceañera. Se decía a sí misma que no estaba usando la revista musical de Ariana para verlo aquella tarde.
Además de comprar la revista, había comprado El crisol, la obra de teatro de Arthur Miller...para mostrar su dedicación a los estudios de la niña. Angie sonrió. ¿A quién quería engañar? Ariana había dicho que no le corría ninguna prisa. La única razón por la que iba a su casa aquella tarde era para ver a Nicola. Después de su cita, no podía esperar hasta el domingo para verlo otra vez. Porque había sido una cita. Se decía a sí misma que no lo era, pero lo era. Charlaron y rieron como lo hacen un hombre y una mujer. No era su imaginación.
Algo había cambiado entre ellos y le gustaba. No ocurrió nada, ni siquiera se dieron un beso, pero había química entre los dos. Química...algo que solo existía en las novelas o en las viejas películas en blanco y negro. Angie conocía a Nicola desde la universidad y ella misma le presentó a Ally. Fue testigo en la boda y había estado a su lado hasta el último instante. Llevaban años juntos, pero nunca había pensado en él como pensaba en aquel momento. La verdad era que se sentía atraída por Nicola. Muy atraída. Y, por su forma de actuar, también Nicola se sentía atraído por ella. Era raro. No desagradable, todo lo contrario. Diferente.
Además, su esposa había muerto hacía dos años y Nicola tenía derecho a rehacer su vida. Ally hubiera deseado que fuera feliz. ¿Pero habría querido que fuera feliz con ella?...Entonces vio a Nicola en el jardín delantero de la casa, limpiando hojas con el rastrillo. Estaba de espaldas, con vaqueros y una camiseta vieja. El viento lo había despeinado un poco. Y estaba guapísimo. Angie estuvo tentada de pasar de largo. ¿Qué pensaría? ¿Creería que estaba loca por él?...Pero en lugar de pasar de largo, aparcó frente a la casa intentando controlar los latidos de su corazón. ¿Qué le pasaba? Había estado allí un millón de veces. Solo era Nicola, por Dios bendito. Su amigo Nicola.
·         Hola
La saludó él, abriendo la puerta.
·         Hola
Murmuró Angie, sujetando la bolsa de la librería como si fuera un escudo.
·         ¿Qué haces aquí?
Estaba sonriendo. Una sonrisa dulce, encantadora.
·         Yo...le traigo a Ariana unas cosas de la librería.
·         No tenías que hacerlo
Dijo Nicola, apoyándose en el rastrillo como si no tuviera una sola preocupación en el mundo. Y la miraba de tal forma que Angie deseó no llevar unos vaqueros viejos. Y haberse pintado los labios.
·         Como tiene que terminar un trabajo de literatura...
El cerró la puerta del coche. Siempre había sido un caballero, pero en aquel momento el gesto le parecía diferente, más personal.
·         Ya, claro.
·         ¿Está Ariana en casa?
·         Debe estar en alguna parte. Se supone que debían estar todas ayudándome a quitar hojas, pero me han abandonado, como siempre. Ariana está hablando por teléfono, Andrea en el baño y creo que Angélica tenía que practicarle una operación urgente a un tigre con la cola rota.
Angie sonrió.
·         No les gusta limpiar hojas, ¿eh?
·         No. ¿Dónde está Amy?
·         En la bolera, con los amigos de la parroquia. Tengo que ir a buscarla dentro de media hora.
·         Ah, es verdad. Es sábado...
Murmuró Nicola, en el porche
·         Oye, ¿tienes planes para cenar? Vamos a comer hamburguesas y...
Empezó a decir entonces, mirando el mango del rastrillo. Eran solo hamburguesas, pero Angie habría aceptado cenar con Nicola aunque le ofreciera lagarto. Amy y ella habían cenado en su casa muchas veces, pero en aquel momento todo era diferente. Muy diferente.
·         Estupendo. Tengo que ir a buscar a Amy, pero podemos volver más tarde. ¿Quieres que traiga una ensalada o algo?
·         Una ensalada estaría bien -sonrió él.
Entonces se miraron el uno al otro y Angie nerviosa le mostró la bolsa de la librería.
·         Voy a darle esto a Ariana. ¿Te importa si me llevo a Angélica?
·         No, claro que no. Nos vemos dentro de un rato.
Angie entró en la casa y se detuvo un momento en la escalera para respirar hondo. Se sentía como una idiota…Como una cría enamorada por primera vez... ¿Enamorada? Si ENAMORADA porque eso es lo que sentía AMOR pero no sabía si eso mismo sentía Nicola, solo sabía que ella tenía que tener cuidado ya que no quería hacerse falsa ilusiones. Aunque habían terminado de cenar una hora antes, seguía oliendo a hamburguesas por todas partes. Angie estaba sentada en el balancín al lado de Nicola, el porche apenas iluminado por el farolillo que había sobre la puerta. A través de la ventana oían a las niñas jugando al asesino. Y, a juzgar por las risas, lo estaban pasando bomba.
·         La señorita Scarlett lo hizo en la biblioteca...
·         Angélica, tienes que esperar tu turno
La interrumpió Ariana
·         Además, no puede ser la señorita Scarlett porque ya está muerta.
·         Hace una noche preciosa -murmuró Nicola.
No estaban tocándose, pero Angie podía sentir el calor del cuerpo del hombre cerca del suyo. Y podía oler su colonia. Se había duchado mientras ella iba a buscar a Amy. Y le encantaba su olor.
·         Gracias por invitarnos a cenar -murmuró, nerviosa.
Era raro que su relación hubiera cambiado tanto en tan poco tiempo. Estaba pendiente de cada uno de sus movimientos, de sus palabras...
·         Ya sabes que a las niñas les encanta tenerte en casa -dijo Nicola.
Después, abrió la boca como para decir algo más, pero pareció pensárselo mejor. Al otro lado de la calle, un vecino los saludó con la mano y ellos le devolvieron el saludo.
·         Parece que Ariana lleva bien el trabajo de literatura
Dijo Angie, por hablar de algo.
·         ¿Sabes lo que me dijo ayer? Que estaba haciendo los deberes porque no tenía otra cosa que hacer en la vida.
·         ¿Y qué quería decir con eso?
·         Chicos
Contestó Nicola, levantando los ojos al cielo
·         Quiere salir con chicos.
·         Pensé que había una moratoria...hasta los dieciséis años.
·         El caso es que los cumple dentro de unos meses
Sonrió él.
·         Pero Ariana está convencida de que nadie querrá salir con ella jamás.
Angie sonrió.
·         Recuerdo bien esos miedos. El instituto era horrible.
Nicola levantó un brazo y lo puso en el respaldo del balancín. No estaba suficientemente cerca como para tocarla, pero podía rozar la manga de su camiseta.
·         Le pedí que no saliera con nadie hasta los dieciséis años, pero es de lo único que habla. De chicos...y de que ella no les gusta.
·         Todas las chicas de su edad piensan lo mismo. No te preocupes.
·         Pues estoy preocupado.
·         Ariana es una chica muy lista
Sonrió Angie, dándole un golpecito en la rodilla
·         Y dentro de poco habrá más chicos llamando a su puerta de los que se pueda imaginar. De los que tú te puedas imaginar.
·         Eso me temo
Suspiró él
·         Solo quiero que sea feliz. Que se guste a sí misma.
·         Dale un poco de tiempo. Ariana tiene la cabeza sobre los hombros. Mucho más que yo a su edad.
·         Gracias
Murmuró Nicola, tocando su hombro
·         No sé qué habría hecho sin ti estos dos años.

Angie no sabía qué decir, de modo que no dijo nada. Sencillamente le dio otro empujoncito al balancín y disfrutó del calor de aquella mano sobre su hombro.

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