Angie
terminó de envolver el óleo que acababa de vender a un cliente y levantó la
cabeza para mirar a Angélica. Con su vestido favorito para ir a la galería,
rosa y con volantes, su hija de tres años iba bailoteando por la sala,
enseñándosela a una pareja…Una risa de pura felicidad escapó de su garganta. Apenas
podía creerlo. TODO EN SU VIDA ERA PERFECTO. Cinco años antes jamás se le
hubiera ocurrido soñar que algún día pudiera ser así.
--¿Es
hija suya? --le preguntó el cliente, tomando el paquete.
--Sí,
es mi hija --sonrió Angie --Que disfrute de su cuadro.
Maree, su empleada, estaba
hablando con una cliente mientras otras cuatro personas admiraban la
exposición, de modo que Angie se acercó para intentar controlar a su nueva empleada,
que estaba señalando una acuarela.
--¿Por
qué te gusta especialmente? --le preguntó el hombre.
--Porque
arriba está pintada de color malva --contestó Angélica.
--Ah,
es verdad. Ese tono lavanda en la distancia equilibra la paleta de colores a la
perfección --sonrió el hombre.
El
corazón de Angie se hinchó de ORGULLO MATERNO. Aunque no era extraño
que su hija tuviese tan buen ojo para el arte dado el tiempo que había pasado
en la galería desde que nació. Pero era increíble su talento para el color
siendo tan pequeña. La puerta se abrió en ese momento y Nicola entró, tan guapo
como siempre con un traje oscuro, empujando un cochecito de niño. Y como
siempre, Angie se quedó sin aliento al verlo con su hijo. El AMOR que
sentía por Nicola era tan profundo que no dejaba de sorprenderla.
--¡Papá!
--gritó Angélica, corriendo para echarse en sus brazos.
Angie
sonrió al ver que la levantaba en el aire. Le encantaba su trabajo en la
galería por las tardes, pero la mejor parte del día era cuando Nicola iba a
buscarla con el pequeño, Adriano. Su marido por fin había empezado a delegar en
el trabajo y se tomaba un par de tardes libres a la semana para que estuvieran
los cuatro juntos.
--Hola,
cariño --murmuró, inclinando la cabeza para besarla.
Angie
se derritió al oír su voz, ya tan familiar y tan querida. El efecto que ejercía
en ella había aumentado con los años, apenas podía soportar estar con él sin
tocarlo, aunque sólo fuera apretar su mano.
--Te
he echado de menos --dijo él.
--¿Y a
mí? --preguntó Angélica --¿Me has echado de menos, papá?
La
sonrisa de Nicola hizo que el corazón de Angie se derritiese un poco más.
--Y a
ti también, chiquitina. Tanto que Adriano y yo hemos tenido que venir a verte.
Además, tengo que daros una noticia.
Angie
miró a Adriano, que dormía profundamente en el cochecito.
--¿Qué
noticia?
--Esta
noche la abuela cuidará de los niños.
Otra
de las escapadas nocturnas de su marido. Angie nunca sabía dónde iban a ir
hasta el último momento.
--¿La
abuela va a dormir con nosotros? --sonrió Angélica.
--De
hecho, está en casa ahora mismo --Nicola se volvió hacia Angie --Así que sólo
tenemos que cambiarnos de ropa antes de salir.
La
salud de su abuela había mejorado mucho en ese último año, seguramente porque
ya no sufría estrés alguno. Pero era estupendo que Thomas y Melissa, que llevaban la casa, estuvieran siempre
a mano para solucionarlo todo, dejando que ella disfrutase con sus nietos.
--¿Qué
debo ponerme? ¿Dónde vamos?
Nicola
sonrió.
--Ponte
algo bonito...pero que se pueda quitar fácilmente --le dijo al oído.
Angie
miró a su pequeña Angélica, que estaba
ocupada guardando sus juguetes. Luego pasó un dedo por el torso de su marido,
contenta al ver que contenía el aliento.
--¿No
puedo hacer nada para que me des una pista? --murmuró, con su tono más
sugerente.
Nicola
sujetó el dedo y se lo llevó a los labios, mordiendo suavemente la punta.
--Ponte
unos zapatos que puedas llevar en un helicóptero. Y, cariño, prepárate para
hacer realidad la promesa que veo en tus ojos.
Ella
rio, contenta.
--Me
encanta estar casada contigo, Nicola Porcella.
Los
ojos azules de su marido se volvieron serios de repente, llenos de amor.
--Ya
mí me encanta estar casado contigo, Angie Porcella.
Simplemente la ame estuvo bellísima
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