martes, 3 de febrero de 2015

EPÍLOGO

Angie terminó de envolver el óleo que acababa de vender a un cliente y levantó la cabeza para mirar a Angélica. Con su vestido favorito para ir a la galería, rosa y con volantes, su hija de tres años iba bailoteando por la sala, enseñándosela a una pareja…Una risa de pura felicidad escapó de su garganta. Apenas podía creerlo. TODO EN SU VIDA ERA PERFECTO. Cinco años antes jamás se le hubiera ocurrido soñar que algún día pudiera ser así.
--¿Es hija suya? --le preguntó el cliente, tomando el paquete.
--Sí, es mi hija --sonrió Angie --Que disfrute de su cuadro.
Maree, su empleada, estaba hablando con una cliente mientras otras cuatro personas admiraban la exposición, de modo que Angie se acercó para intentar controlar a su nueva empleada, que estaba señalando una acuarela.
--¿Por qué te gusta especialmente? --le preguntó el hombre.
--Porque arriba está pintada de color malva --contestó Angélica.
--Ah, es verdad. Ese tono lavanda en la distancia equilibra la paleta de colores a la perfección --sonrió el hombre.
El corazón de Angie se hinchó de ORGULLO MATERNO. Aunque no era extraño que su hija tuviese tan buen ojo para el arte dado el tiempo que había pasado en la galería desde que nació. Pero era increíble su talento para el color siendo tan pequeña. La puerta se abrió en ese momento y Nicola entró, tan guapo como siempre con un traje oscuro, empujando un cochecito de niño. Y como siempre, Angie se quedó sin aliento al verlo con su hijo. El AMOR que sentía por Nicola era tan profundo que no dejaba de sorprenderla.
--¡Papá! --gritó Angélica, corriendo para echarse en sus brazos.
Angie sonrió al ver que la levantaba en el aire. Le encantaba su trabajo en la galería por las tardes, pero la mejor parte del día era cuando Nicola iba a buscarla con el pequeño, Adriano. Su marido por fin había empezado a delegar en el trabajo y se tomaba un par de tardes libres a la semana para que estuvieran los cuatro juntos.
--Hola, cariño --murmuró, inclinando la cabeza para besarla.
Angie se derritió al oír su voz, ya tan familiar y tan querida. El efecto que ejercía en ella había aumentado con los años, apenas podía soportar estar con él sin tocarlo, aunque sólo fuera apretar su mano.
--Te he echado de menos --dijo él.
--¿Y a mí? --preguntó Angélica --¿Me has echado de menos, papá?
La sonrisa de Nicola hizo que el corazón de Angie se derritiese un poco más.
--Y a ti también, chiquitina. Tanto que Adriano y yo hemos tenido que venir a verte. Además, tengo que daros una noticia.
Angie miró a Adriano, que dormía profundamente en el cochecito.
--¿Qué noticia?
--Esta noche la abuela cuidará de los niños.
Otra de las escapadas nocturnas de su marido. Angie nunca sabía dónde iban a ir hasta el último momento.
--¿La abuela va a dormir con nosotros? --sonrió Angélica.
--De hecho, está en casa ahora mismo --Nicola se volvió hacia Angie --Así que sólo tenemos que cambiarnos de ropa antes de salir.
La salud de su abuela había mejorado mucho en ese último año, seguramente porque ya no sufría estrés alguno. Pero era estupendo que Thomas y Melissa, que llevaban la casa, estuvieran siempre a mano para solucionarlo todo, dejando que ella disfrutase con sus nietos.
--¿Qué debo ponerme? ¿Dónde vamos?
Nicola sonrió.
--Ponte algo bonito...pero que se pueda quitar fácilmente --le dijo al oído.
Angie miró a  su pequeña Angélica, que estaba ocupada guardando sus juguetes. Luego pasó un dedo por el torso de su marido, contenta al ver que contenía el aliento.
--¿No puedo hacer nada para que me des una pista? --murmuró, con su tono más sugerente.
Nicola sujetó el dedo y se lo llevó a los labios, mordiendo suavemente la punta.
--Ponte unos zapatos que puedas llevar en un helicóptero. Y, cariño, prepárate para hacer realidad la promesa que veo en tus ojos.
Ella rio, contenta.
--Me encanta estar casada contigo, Nicola Porcella.
Los ojos azules de su marido se volvieron serios de repente, llenos de amor.
--Ya mí me encanta estar casado contigo, Angie Porcella.

FIN


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